lunes, 9 de noviembre de 2009

coraza




Esta coraza, así de dura como el acero como el hielo como el cielo, tan blanda cuando imperceptiblemente la rozan algunos ojos o cierta boca

de qué coraza me armo si no soy un árbol ni un pez, no preciso protegerme de nada, sin embargo acá estoy, acorazandome en lo más profundo de mi, como una manzana que no está podrida del todo pero que tiene agujeros por todos lados y alguien la agarra y decide meterla en el congelador pero no sin antes ponerle papel film, no sin antes lavarla, no sin antes decir que es horrible y tirarla a la basura primeramente.

Aunque a veces, acorazarse es de mucha utilidad, sobre todo cuando uno viene avistando todas esas gaviotas hambrientas de ego desde muy lejos, y más aún cuando se llega a admirar que vienen a una velocidad imposible de dispararle algún vocablo como alguna balita, o intentar querer pararlas, también sería de lo más absurdo, entonces, es ahí cuando recurro a acorazarme. O sea, por lo visto es algo de total utilidad, necesario si no se quiere terminar picoteado de malas palabras, en cierto punto termina siendo un poco divertido, agacharme y decir: “bueno, ahora me acorazo” y que ya esté puesta la coraza. Y ahí sí, pueden pasar las gaviotas, los aviones, los cometas y yo me quedo ahí agachadita como esperando que pase el temblor como esperando algo más que eso en realidad; lo que yo sé es que una coraza puede ablandarse, pensarán que eso es de inminente peligro, quedar al descubierto, pero inconfundiblemente, una coraza como la mía es capaz de desprotegerme si sólo algo más profundo llegase a ser mi funda, mi capa, mi ropa, mi protección. Se ablanda como si ya no tuviese que hacer más nada aquí. Y eso solo sucede cuando unos brazos llegan de muy cerca abiertos como formando una letra “u” y vienen en línea recta hacia uno; y luego esa “u” se une implacablemente a la letra que queramos ser, como sabiendo que las “úes” siempre encierran a cualquier otra letra del abecedario, como esos brazos encierran cualquier alma con olor a miedo con olor a no quiero más. Los brazos sutilmente encierran el cuerpo acorazado, y ahí, la coraza se ablanda, desapareciendo o quizás transportándose a quien poseé los brazos más protectores que uno mismo; la cosa es que, en este momento me estoy acorazando, no tengo tus brazos, y afuera están lloviendo sapos.



No hay comentarios:

miles de textos con mensajes

a parpadeantes pantallas acorta-distancias

con mil imágenes

de la mujer así, en su afán de pensar

y en las órbitas de sus nubes

giran

los sí rotundos y los no con caras de pobres muertos

como quien quiere ser reconocido o nombrado

los no impresionistas, y los sí con cara de miedo.

y ahí giran

pero nadie le da la mano a la mujer

para cruzar la calle

la deben confundir con un árbol

tan enraizada con su cabeza

y sus nubes

es probable que llueva?

digo

alguien puede probar que en mi vida

o la de la mujer

algún día van a llover respuestas?